Introducción
En época en que la Ciencia Universal ha realizado proezas como la división del tomo, la fabricación de máquinas “pensantes” y la conquista de la Luna, volvemos a desenterrar una cuestión que durante los últimos siglos tiene planteada España : ¿qué ocurre con la ciencia española ? Cuestión ésta que, a pesar de las diligentes plumas que a ella se dedicaron, no ha sido satisfactoriamente contestada y menos aún resuelta. Porque si bien es verdad que muchas de las deficiencias que antaño se detectaron en nuestra filosofía, en nuestro sistema educativo y en nuestra forma de organizar el trabajo científico fueron resueltas [1], siempre hemos sido superados por una mayor dinámica, empuje y creación de los países vecinos y no vecinos de este pedazo de sistema solar en que habitamos.
En el presente volumen presentamos una colección de textos, más o menos conocidos por los pocos estudiosos de estos temas, que creemos deben difundirse para que los que estudian y pretenden desarrollar un quehacer científico patrio reflexionen sobre los escritos de hombres, apasionados unos, ecuánimes otros, de distintas tendencias ideológicas y adscritos a grupos políticos diversos, pero todos ellos con el honrado propósito de dar una explicación al hecho inexplicable de la ausencia de ciencia moderna en nuestra cultura.
No pretendemos hacer un estudio de lo que haya venido llamándose “La polémica de la ciencia española” y, sin desdeñar estas cuestiones, no entramos a buscar los orígenes primitivos de la misma, ni pretendemos dar una referencia exhaustiva de sus textos, sólo queremos exponer los más representativos y ver cómo han ido variando los términos de esta controversia en el tiempo. Para estructurar la polémica según sus épocas y para facilitar su lectura hemos agrupado los textos en diversas secciones, asignándoles un título que pueda orientar sobre su contenido, lo que, unido con los autores incluidos en cada uno, dará una idea de la estructura general de la polémica. Dada la abundancia de textos sobre el tema nos hemos limitado a incluir los más notables, procurando en general insertar íntegros los textos seleccionados, y en el caso de que alguno fuere excesivamente largo o no todo su contenido se refiera directamente a la polémica, lo hemos incluido fragmentariamente, pero con la suficiente extensión para comprender el contexto.
¿Cuando se inicia la polémica sobre la ciencia española ? Era preciso que la decadencia española fuera evidente y que la ciencia europea alcanzara los niveles y la difusión que obtuvo entre los siglos XVII y XVIII para que las diferencias fueran tan notables que se hicieran alarmantes. Por las claras implicaciones políticas de esta situación, su expresión tomará una forma polémica bien repleta de contenidos ideológicos evidentes. Por eso, sin entrar en pormenores eruditos, ya que no es éste el lugar, consideramos que la polémica de la ciencia española tuvo su verdadero origen en los últimos años del reinado de Carlos III, aunque comencemos nuestra recopilación con un texto de la pluma de Feijoo, gran difusor de las nuevas ideas en las tinieblas intelectuales de la primera mitad del siglo XVIII, la polémica se inicia con un artículo sobre “España” aparecido en la sección de “Geografía Moderna” de la Enciclopedia Metódica (1782), firmado por Masson de Morvilliers.
El París de los años 1780 era un bullidero de ideas y de confrontaciones políticas, que estaba preparándose para la Gran Revolución Francesa. En este contexto España era un tema especialmente propicio para hacer una crítica de las instituciones feudales y de los valores que con el nuevo sistema se pensaba destruir, y con este sentido fue escrito el artículo de Masson sobre España, de igual forma que sobre otras naciones europeas [2] , salvo Inglaterra, por ser el país en el que la revolución burguesa ya había sido consumada. Por eso no es de extrañar que, defendiendo las instituciones monárquicas, aparecieran en Francia artículos defendiendo la monarquía española, bien rechazando directamente la tesis de Masson, o bien defendiendo el estado de la ciencia española como hizo Cavanilles, botánico español residente en París, en sus “Observaciones al artículo “España”“, o como hizo un funcionario de la corte de Federico II de Prusia, Denina, en su “Reponse” al artículo de Masson.
La polémica entablada en Europa repercutió en seguida en este lado de los Pirineos, transformándola de una discusión sobre la Ciencia en un debate político. Floridablanca confió a Forner la tarea de defender la Monarquía y la Ciencia española [3] . Por su parte, Cañuelo, editor del semanario El Censor, encontró en la polémica materia propicia para completar sus ataques a las instituciones feudales españolas, tema de la mayor parte de sus discursos semanales. De este modo se entabló un debate entre ambos autores, a los que se sumaron posteriormente conocidos literatos de la ‚poca, como Iriarte, Samaniego, Nifo y otros.
En este debate no se discutía tanto la existencia de cultura científica en España como la utilidad o inutilidad de las ciencias físico-naturales para promover el bienestar del país ; mientras los renovadores defendían el cultivo de las ciencias naturales como medio de propiciar el desarrollo económico de España, los tradicionalistas - Forner fue uno de sus más claros exponentes -, satisfechos con la situación social existente, sólo veían en el cultivo de las nuevas ciencias naturales y de la nueva filosofía un germen de incredulidad y de desórdenes sociales, incompatibles ambos con la felicidad del país, abogando por el cultivo de las ciencias políticas, teológicas y militares, a las cuales debía España su grandeza y su imperio.
Esta polémica acabó en los últimos años del siglo XVIII, pero no definitivamente, puesto que las contradicciones sociales que la habían engendrado subsistían. Las dificultades que tuvieron Cañuelo y otros representantes de la tendencia renovadora con la Inquisición debieron ayudar a que la polémica cesase momentáneamente. También debió influir el endurecimiento de la política interior de Carlos IV, a raíz de la proclamación de la República francesa, en lo que se refiere a la libertad de expresión. Sea como fuere, la polémica quedó en suspenso y no se reanudaría hasta que la burguesía adquiriera mayor peso político.
Pese a la carga ideológica con que se desarrolló la polémica, es evidente que en el último tercio del siglo XVIII se impulsaron las ciencias en España con un esfuerzo y resultados tal vez no alcanzados hasta el primer tercio de nuestro siglo. La presencia de polémica indica actividad científica interés por la ciencia. Por eso en las primeras décadas del siglo XIX hubo silencio polémico e inactividad científica. Caractericemos este período con unas palabras de López Piñero [4] :
“Todavía resulta excepcional en nuestro tiempo una información y una valoración adecuadas de la gran altura a que llegó la ciencia en nuestro país durante la segunda mitad del siglo XVIII. Dicha altura fue uno de los resultados del gran esfuerzo que España realizó durante dicho siglo para ponerse al día y recuperar su carácter europeo, esfuerzo que correspondía a una mentalidad “innovadora” sobradamente conocida, cuya caracterización no nos corresponde aquí. Lo único que intentamos hacer notar son dos circunstancias que nos conciernen directamente. Por una parte, el esplendor científico fue un resultado que sólo empezó a recogerse de forma madura durante las últimas décadas del siglo XVIII y los primeros años del XIX. Por otra, la mentalidad “innovadora” ilustrada experimentó, incluso en sus más destacados representantes, una aguda crisis durante los últimos lustros de la centuria.”
“La personalidad de Carlos IV y el impacto emocional de la Revolución francesa fueron barreras decisivas para que continuara la decidida promoción ilustrada de la actividad científica, tal como se realizó durante el reinado de Carlos III. La indudable protección que Godoy dispensó a la misma en algunos momentos no invalida esta quiebra fundamental, más interna que externa.”
“La conjunción de ambas circunstancias dio lugar, por tanto, a una situación aparentemente contradictoria : algunas instituciones ilustradas y determinados autores dieciochescos alcanzaron durante estos años un grado de auténtica madurez, pero ello fue a pesar de la ausencia del espíritu que los había impulsado y protegido. Los acontecimientos fueron, ante todo, la guerra de la Independencia y el reinado de Fernando VII, que juntos forman lo que en otro lugar he llamado “período de catástrofe” de la historia contemporánea de la ciencia española. Es indudable el papel que tuvo la guerra en la desorganización de la vida y de las instituciones científicas. Pero a la destrucción hubiera seguido la reorganización durante la paz de no mediar algo mucho más decisivo : la represión de la actividad científica durante la mayor parte del reinado del “Deseado”. Dicha represión fue el fruto final a que había llevado la quiebra del espíritu “innovador” ilustrado, y su sustitución por otro que tenía por ideales la inmovilización de la vida española y su separación de la europea, y que, desde luego, desconfiaba de la ciencia. Sin embargo, como es bien sabido, la ruptura no ocurrió en el ánimo de todos los españoles. Muchos siguieron pensando que la gran tarea nacional era la incorporación a Europa. Entre ellos se encontraban la inmensa mayoría de las mejores cabezas científicas, que militaron primero en considerable proporción en las filas de los afrancesados, y que constituyeron más tarde el núcleo quizá más coherente de los liberales”.
Tras este “período de catástrofe” comenzaron a aparecer o a estabilizarse instituciones científicas y técnicas que respondían a las modificaciones de las estructuras sociales y políticas de mediados del siglo XIX, lo que en definitiva representaba la necesidad de incluir la ciencia y la filosofía científica en la dinámica española. La institucionalización de esta exigencia se hizo en torno a la creación de las Academias y Facultades de Ciencias, de los Cuerpos y Escuelas de Ingenieros, del Instituto Geológico y Minero y del Instituto Geográfico y Catastral. Esta nueva situación hace que la “Polémica de la ciencia española” tome nueva vigencia al aumentar el interés por la ciencia, por su historia y por su futuro. Así el discurso leído por Zarco del Valle a su ingreso en la Real Academia de Ciencias en 1851, recién creada ésta, puede considerarse como una tenue vindicación de la Ciencia patria y, sobre todo, un llamamiento a recomenzar las tareas científicas, dado que “Las condiciones que la España reúne por su posición geográfica y su topografía física en favor de los progresos de las ciencias son y han sido en todos los tiempos numerosas y privilegiadas” [5] .
Pero es, sobre todo, en el discurso de ingreso de Echegaray en la Academia, leído el 11 de marzo de 1866 y titulado “Historia de las matemáticas puras en nuestra España”, donde puede retomarse el pulso de la latente polémica de la Ciencia. Como queda patente en el título, su contenido está lleno de sentimiento y de sentido patriótico, y aunque afirma la ausencia de España en la construcción de las matemáticas y, en general, de las ciencias puras, termina con la esperanzadora frase de que “España sabrá ganar el tiempo perdido, conquistando bien pronto honroso puesto entre las naciones de Europa”. Por eso, pese a las imprecisiones históricas del discurso de Echegaray y a su hiriente literatura, no compartimos las siguientes palabras de Vera [6] : “Como hasta entonces nadie se había ocupado de la historia de nuestra Matemática de una manera concreta, las palabras de Echegaray, dado el prestigio de que gozaba el que era ya ilustre profesor de la Escuela de Ingenieros de Caminos, nos hicieron mucho daño no sólo dentro, sino también fuera de España, y hasta tuvieron una glosa medio siglo después con repetición casi literal en otra solemnidad : la apertura de curso en la Universidad de Oviedo” [7] , ya que tanto Echegaray como Rey Pastor han sido dos de las figuras que más han trabajado, con éxito, por elevar el nivel científico contemporáneo, y desde el punto de vista historiográfico el mismo Vera reconoce [8] : “Respecto de los españoles, unos se han limitado al acopio de materiales y otros, los menos, han hecho labor crítica, que es la más interesante. De éstos hay que destacar cuatro hombres especialmente : Echegaray, Rey Pastor, Sánchez Pérez y Peñalver, que han abordado grandes épocas”. También un mal entendido patriotismo hace decir a Picatoste, en la crónica que sobre el discurso de Echegaray hace en el número del 17 de marzo de 1866 de Las novedades, que “esas mismas razones [el prestigio de Echegaray] nos obligan a exigir del Sr. Echegaray lo que las ciencias y el país tienen derecho a esperar de su mérito, y no lo tienen ciertamente para esperar un discurso en que maldiga de la ciencia patria y de su historia”.
Pero realmente la polémica iniciada con el artículo de Masson retomar su carácter acentuado tras la revolución de 1868 y la Primera República, un par de años después de la proclamación de Alfonso XII. Con motivo del discurso de Núñez de Arce en su ingreso en la Academia de la Lengua titulado “Causa de la precipitada decadencia y total ruina de la literatura nacional bajo los últimos reinados de la casa de Austria” [9] , publicó una reseña crítica Manuel de la Revilla en la Revista Contemporánea [10] que dio pie al entonces imberbe Menéndez Pelayo para contestar en tono violentamente polémico por medio del artículo “Mr, Masson redivivo” Revista Europea, 2 de junio de 1876. . Tras este par de artículos aparece toda una polvareda en torno a la controversia de si ha habido o no ciencia en España, e intentando explicar sus causas. En esta contienda intervienen, además de los citados Revilla y Menéndez Pelayo, entre otros, los siguientes : Azcárate y Perojo en el bando del primero y Laverde y Pidal y Mon en el segundo. Gran parte del material de esta fase de la polémica puede encontrarse en la edición de 1953 de La Ciencia Española, de Menéndez Pelayo, y un cuadro general, aunque situándose en posición menendezpelayesca, de las vicisitudes de este momento, puede encontrarse en el capítulo II del libro de Laín Entralgo “España como problema” [11] .
Tras este debate en revistas literarias, se va perfilando la necesidad de estudiar científicamente la historia de la ciencia, para impedir que sean las intuiciones más o menos justificadas las que muevan las distintas declaraciones y escritos. Por otra parte, va quedando claro que, si bien nunca han faltado cultivadores de la ciencia, en los últimos siglos la aportación española a la ciencia universal es muy reducida, por lo tanto, más se ganará echando las bases para que la creación científica sea posible en España que buceando en el pasado para encontrar algún nombre científico que tranquilice nuestra vanidad nacional. A esta doble tendencia, que utilizando expresión de Rey Pastor podemos llamar “el otro 98”, pertenecen aquellos “españoles eximios [que] habían puesto el dedo en la llaga, sin posturas literarias, sin virulencias, ni alharacas, pero con entera puntería. Se llamaban Santiago Ramón y Cajal, Eduardo Hinojosa, Leonardo Torres Quevedo, Marcelino Menéndez y Pelayo” [12].
En cuanto al oficio de historiador de la ciencia, creemos que puede considerarse a Menéndez Pelayo su iniciador, si bien en lo que a ciencias exactas y naturales se refiere no dejó más que algunas listas bibliográficas incompletas [13] incluidas en las secciones X y XII de su “Inventario Bibliográfico de la Ciencia Española”. Más completos y minuciosos son los Apuntes para una biblioteca científica española del siglo XVI, de Picatoste [14] , y la obra de Fernández Vallín Cultura científica de España en el siglo XVI, presentada como discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias en 1893, y de la que Menéndez Pelayo, ya en su madurez, haría una crítica al nuevo académico, que seguía una línea menendezpelayesca, en la revista “La España Moderna” en 1894. Es notable la entereza con que al rectificar a Fernández Vallín se rectifica a sí mismo de su juvenil tesis, para reconocer que es muy flaca la contribución española a la ciencia : “Pero es cierto que esa historia, tomada en conjunto, sobre todo después de la Edad Media y de los grandes días del siglo XVI, está muy lejos de lograr la importancia ni el carácter de unidad y grandeza que tiene la historia de nuestro arte, de nuestra literatura, de nuestra teología y filosofía. Por el contrario, la historia de nuestras ciencias exactas y experimentales, tal como las conocemos ahora, tiene mucho de dislocada y fragmentaria, los puntos brillantes de que está sembrada aparecen separados por largos intervalos de oscuridad, lo que principalmente se nota es falta de continuidad en los esfuerzos, hay mucho trabajo perdido, mucha invención a medias, mucho conato que resulta estéril, porque nadie se cuida de continuarle, y una especie de falta de memoria nacional que hunda en la oscuridad inmediatamente al científico y a su obra” [15]. Respecto a las causas de esta situación confiesa que el problema “hasta ahora no ha sido ni medio resuelto, y, sin embargo, urge resolverlo. Pero por más soluciones que discurro no encuentro ninguna que totalmente me satisfaga” [16] . Más adelante observa que “en este país de idealistas, de místicos, de caballeros andantes, lo que ha florecido siempre con más pujanza no es la ciencia pura (de las exactas y naturales hablo), sino sus aplicaciones prácticas y en cierto modo utilitarias” [17] .
Es evidente que Menéndez Pelayo carecía de la noción de las fases por las que pasa toda la ciencia para su desarrollo, y de la idea de que la actividad científica, como toda actividad humana, comienza en la práctica diaria, de que es en ella donde se plantean los problemas y de la que se extraen los datos que permiten resolverlos. Son estos problemas muy particulares y concretos los que inician el proceso científico. Las soluciones son muy precarias y no siempre válidas. Esta fase, que llamamos empírica, corresponde a los orígenes de la actividad científica.
La resolución de múltiples casos particulares permite enunciar mejor los problemas, sistematizar mejor los datos y dar reglas más generales y precisas para su resolución. En esta etapa se ha ganado en abstracción, es decir, se han depreciado signos de cada caso particular que no afectaban esencialmente al resultado y que impedían soluciones sencillas, así como en exactitud. Con esto entramos en la fase teórica. Los planteos teóricos hacen aparecer nuevos problemas de índole totalmente teórica, haciendo creer, a veces, que nada tienen que ver con la práctica. Sin embargo, históricamente siempre se presenta una tercera fase aplicada, en la que se vierte de nuevo al medio circundante los conocimientos teóricos conquistados, y esta vez con una potencia y precisión tales que justifican el corriente dicho paradójico : “No hay nada más práctico que una buena teoría”.
Por eso don Marcelino no ve que no existe contradicción entre la presencia de idealistas, místicos y caballeros andantes y la ausencia de ciencia teórica, ya que lo que ocurrió en España es que nunca se sobrepasó, o lo fue muy escasamente, la fase empírica, que bastaba para atender los problemas prácticos más urgentes. Pero el grado de complejidad técnica del siglo XIX hacía imprescindible aplicar la ciencia teórica para resolver sus problemas. Esta situación de apremiante estudio teórico es lo que le hizo decir a Echegaray “amad a la ciencia por la ciencia, a la verdad por la verdad, que el resto se os dar por añadidura” [18] y a Menéndez Pelayo “hay que empezar por convencer a los españoles de la sublime utilidad de la ciencia inútil” [19] .
Ya mirando hacia el futuro, y planteada como cuestión fundamental la organización de la investigación científica, encontramos en Carracido las siguientes palabras, llenas de entrega y de confianza en las nuevas generaciones : “Cuán absurdo es exigir producción de trabajo a quienes carecen del aprendizaje necesario, y cuán torpe el empeño de cultivar semillas para que pronto fructifiquen cuando el terreno no está previamente fertilizado. No dando tiempo al tiempo para que la formación del nuevo organismo se realice por los pasos que su proceso requiere”, y más tarde afirma : “Es indispensable que a los cimientos de nuestra generación científica se sepulten muchas inteligencias y voluntades antes de formar la raza en la cual se haya encarnado las aptitudes psicofísicas que honren con sus brillantes producciones científicas la generosa abnegación de sus modestos predecesores” [20].
Pero es sobre todo Cajal, en su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias, donde estudia los Deberes del Estado en relación con la producción científica [21] , quien, tras analizar nuestro atraso científico y sus causas, enuncia los remedios diciendo claramente “España no saldrá de su abatimiento mental mientras no reemplace las viejas cabezas de sus profesores (Universidades, Institutos, Escuelas especiales), orientados hacia el pasado, por otras nuevas orientadas al porvenir. No reside, pues, el daño en los que aprenden, ni en el Estado que, en la medida de lo posible, sufraga los gastos, sino en los que enseñan. De unos salen los otros. Ideal del discípulo ser siempre parecerse a su maestro. ¿Cómo superarse si no halla cerca de sí otro término más alto de comparación ? Y pues es fuerza romper la cadena de hierro de nuestro atraso, rómpase por el anillo docente, único sobre el cual puede obrar directa y eficazmente el Estado. Europeizando rápidamente al catedrático, europeizaremos al discípulo y a la nación entera. Como dice luminosamente Castillejo, “no queda otro recurso que formar gente nueva y unirla a los elementos aprovechables de la antigua”. Pero esa gente nueva no lo será de veras, se parecerá irremediablemente a nosotros, adolecerá de nuestras rutinas y defectos, como no respire por mucho tiempo el ambiente de la Universidad extranjera”.
Y el gran genio científico de Cajal y su generosa vocación de maestro obtuvo apoyo oficial, y con la creación de la Junta para ampliación de estudios e investigaciones científicas [22] , se inició acelerada y profundamente en los primeros lustros del siglo que iba a comenzar la regeneración científica española, que ha significado el momento más alto de la actividad científica en España. En el preámbulo del Real Decreto de 11 de enero de 1907, por el que se creaba la junta para ampliación de estudios e investigaciones científicas, se decía que :
“El pueblo que se aísla se estaciona y se descompone. Por eso todos los países civilizados toman parte en el movimiento de relación científica internacional, incluyendo en el número de los que en ella han entrado no sólo los pequeños estados europeos, sino las naciones que parecen apartadas de la vida moderna, como China, y aun la misma Turquía, cuya colonia de estudiantes en Alemania es cuatro veces mayor que la española, la antepenúltima de todas las europeas, ya que sólo son inferiores a ella, en número, las de Portugal y Montenegro”.
“Y, sin embargo, no falta entre nosotros gloriosa tradición en esta materia. La comunicación con los moros y judíos y la mantenida en plena Edad Media con Francia, Italia y Oriente, la venida de los monjes de Cluny, la visita de las Universidades de Bolonia, París, Montpellier y Tolosa, los premios y estímulos ofrecidos a los clérigos por los cabildos para ir a estudiar al extranjero y la fundación del Colegio de San Clemente en Bolonia, son testimonio de la relación que en tiempos remotos mantuvimos con la cultura universal”.
“La labor intelectual de los reinados de Carlos III y Carlos IV, que produjo la mayor parte de nuestros actuales Centros de Cultura, tuvo como punto de partida la terminación del aislamiento en que antes habíamos caído, olvidando nuestra tradición envidiable, y restableció la comunicación con la ciencia europea, que, interrumpida luego por diversas causas, no conserva ahora sino manifestaciones aisladas, como las pensiones para viajes concedidas a los becarios de Salamanca y el Colegio de Bolonia”.
Y más adelante :
“No olvida, por último, el Ministro que suscribe que necesitan los pensionados, a su regreso, un campo de trabajo y una atmósfera favorable en que no se amortigüen poco a poco sus nuevas eneroí2í y donde pueda exigirse de ellos el esfuerzo y la cooperación en la obra colectiva a que el país tiene derecho. Para esto es conveniente facilitarles, hasta donde sea posible, el ingreso al Profesorado en los diversos órdenes de la enseñanza, previas garantías de competencia y vocación, contar con ellos para formar y nutrir pequeños centros de actividad investigadora y trabajo intenso, donde se cultiven desinteresadamente la Ciencia y el Arte, y utilizar su experiencia y sus entusiasmos para influir sobre la educación y la vida de nuestra juventud escolar”.
“A otra necesidad atiende la disposición presentada a la aprobación de V. M., y es la de que el trabajo junto a profesores españoles de renombre, el conocimiento de los tesoros arqueológicos y artísticos de nuestro país, la visita de bibliotecas y archivos, las exploraciones geológicas, arqueológicas, botánicas, ... , y las excursiones para estudiar comarcas industriales, regiones agrícolas, o cuestiones sociales, puedan favorecerse creando pensiones para dentro de España, cuya cuantía y duración debe depender de las circunstancias de cada caso”.
Con esta idea europeísta, pero con profunda raíz española y movidos por el sentimiento patriótico de engrandecer España en su vida intelectual y sobre todo en su ciencia, aparece una nueva generación, y que, pese al “que se japonicen ellos”, supo conquistar luz para nuestra España. Podemos caracterizar esta corriente con palabras de Rey Pastor : “En oposición a la España introvertida, que deseaba Unamuno, poblada de faquires acurrucados al sol y derviches hirsutos de báculo rascador, consagrados a meditar sobre el enigma de la muerte, surgió una generación vigorosa y optimista, extrovertida hacia la alegría de la vida, que se propuso reanimar a la madre moribunda con el ambicioso plan de reanudar la Historia por nuevo rumbo y hacia nueva meta, antípoda de la señalada por Unamuno. Repudiando, por indigno, el ¡Que inventen ellos para aprovecharnos nosotros !, trabajaron con tesón hasta lograr el ingreso de España en la comunión internacional de la ciencia, y esta generación, a la que pertenecemos cuantos laboramos en la tarea común, esta autentica generación del 98, que tuvo por mentor y ejemplo a José Ortega y Gasset, al retirarse ahora de la cátedra que tanto honró, le expresa su gratitud, a la que debería unirse la de todo el mundo hispánico, a la par que conmemoramos el centenario de los tres videntes coetáneos, que a todos nos trazaron meta y rumbo : Cajal, Hinojosa y Torres Quevedo” [23] .
En cualquier caso no hay que olvidar que si bien hubo hombres eminentes, también hubo un ambiente nacional propicio para su aparición. El largo período de la restauración y la política liberal parlamentaria, unido con el intenso sentimiento social de la época, hicieron posible que se encararan, con la libertad necesaria, los problemas que requerían tan urgente solución, y que por primera vez en varios siglos España se encontraba sola frente a ella misma sin los fantasmas imperialistas que la habían confundido durante mucho tiempo. Era una época en la que gobernantes y gobernados se precisaban, aun contando que en muchas ocasiones esta necesidad mutua, por sus antagonismos, los condujera a enfrentamientos.
Y es así que una nueva generación va a entrar en la historia. Ortega, para quien “la ciencia representa la única garantía de supervivencia moral y material de Europa”, constata que si bien “no hay en España ciencia, hay un buen número de mozos ilusos y dispuestos a consagrar su vida a la labor científica con el mismo gesto decidido, severo y fervoroso con que los sacerdotes clásicos sacrificaban una limpia novilla a Minerva de los ojos verdes. Ni piden gran cosa : sólo quieren vivir con modestia, pero suficientemente e independientemente : sólo quieren que se les concedan los instrumentos de trabajo : maestros, bibliotecas, bolsas de viaje, laboratorios, servicio de archivo, protección de publicaciones. Renuncian, en cambio, a las actas de diputado, a los casamientos ventajosos y hasta a la presidencia del Consejo de Ministros” [24].
En este ambiente la polémica continúa, pero en tono menor, hay entre los contendientes un acuerdo tácito : la construcción de la nueva ciencia. Y esta construcción ya está dando frutos, con lo cual el debate se reduce a saber cuál es la mejor manera de construir ciencia. La mirada está en el futuro. Pero no obstante, los estudios de historia de la ciencia se inician con seriedad y método científico, tras los precursores que indicamos antes, existe ahora una pléyade de historiadores de la ciencia profesionales, junto con gran interés por parte de todos los científicos por los temas históricos. Citemos como historiadores de la Ciencia a Millás Vallicrosa, Rey Pastor, Sánchez Pérez, Vera. Actividad histórica que culminó en 1934 con la fundación de la Asociación de Historiadores de la Ciencia Española, elevada a la categoría de Nacional por Decreto del Ministerio de Instrucción Pública el 30 de enero de 1935.
El carácter meramente expositivo de esta selección de textos, en la que se pretende dar, al gran público al que va dirigida, una visión global y concreta de lo que fue la Polémica de la Ciencia Española, y de sus ramificaciones culturales e ideológicas, nos impide hacer un estudio detallado y minucioso de los pormenores de la misma. Nos daremos por cumplidos si logramos dar una idea sopesada y objetiva del material que sobre el tema se publicó en casi dos siglos. Como en cada polémica se suele buscar un fiel para ver hacia dónde se inclina, con el cual poder saber quién tenía la razón, en nuestro caso el fiel es la perspectiva histórica, y si bien la razón no existe y más bien existen razones, y todos los contendientes tenían sus razones, justificadas si se observa la posición de sus autores en el contexto económico-social y cultural de sus respectivas épocas, nuestro fiel - la perspectiva histórica - acusa una acentuada tendencia en un sentido, como basta verificar observando nombres de Ministerios y de Consejos especializados en la Ciencia. Y si con esto la vieja polémica de si era necesaria la ciencia y de si había habido ciencia española parece haber terminado, otra nueva surgir si no son unánimes las respuestas que se den en el futuro a la siguiente pregunta : ¿Tendrá que esperar Europa, y el Mundo, muchos siglos para que nos deba algo sustancial en materia científica, producida por españoles y en España ?
E y E García Camarero : (1) 05/02/05 La polémica de la ciencia española. Introducción Depósito legal : M. 22.962-1970
Notas :
[1] Nos referimos a la creación administrativa de centros de investigación y a la dotación económica (aunque no suficiente, sí existente) de que se carecía en el siglo pasado.
[2] Baste citar el siguiente párrafo de la misma Enciclopedia (tomo I, pág. 44, 1782) : “Los alemanes, como sus antepasados, son robustos, grandes y bien formados. Todos parecen nacidos para la guerra : sus ejercicios sus juegos, sobre todo su música, manifiestan sus inclinaciones bélicas. Este pueblo de soldados, aunque orgulloso y celoso de sus privilegios, se somete sin murmurar a la austeridad de la disciplina militar, y obedece sin réplica aunque el mando sea duro. Su espíritu inventor ha extendido los dominios de las artes útiles, y su desprecio por las artes agradables les ha hecho abandonar la cultura a sus vecinos. La quimera del nacimiento es un mérito que abre en Alemania el camino a la fortuna y a los honores. Los condes, los barones se consideran como inteligencias sublimes y privilegiadas. Su vanidad les hace creer que la naturaleza no ha empleado más que una humilde arcilla para formar los hombres vulgares, y que ha reservado las arenas más preciosas para componer a los de su especie. Este prejuicio se ha fortificado por las prerrogativas agregadas al nacimiento : no es sino después de una larga sucesión de ayudas cuando se pueden pretender las dignidades eclesiásticas, cuyas riquezas proporcionan el esplendor e las familias”.
[3] Recibió por este trabajo la suma de 6.000 reales y todo el producto de la venta.
[4] López Piñero, J. M.” : “La literatura científica en la España contemporánea”, en Historia General de las Literaturas Hispánicas, vol. IV, pág. 677, Barcelona, 1968. (5) El texto entre comillas es el título del discurso de Zarco del Valle.
[5] El texto entre comillas es el título del discurso de Zarco del Valle.
[6] Vera, F. : Los historiadores de la matemática española, Madrid, 1935, pág. 60.
[7] Hace referencia al discurso de Rey Pastor sobre Los matemáticos españoles del siglo XVI, de apertura del curso 1912-13 de la Universidad de Oviedo.
[8] Vera, F. : Ibidem, pág. 110.
[9] Leído el 21 de mayo de 1876.
[10] Tomo III (abril-mayo), 1876, pág. 504.
[11] Ya antes había hecho una descripción de este momento de la polémica F. Vera : Historia de la Matemática en España, Madrid, Suárez, 1929, tomo 1 pág. 11.
[12] Rey Pastor, J. : “Torres Quevedo y el 98”, ABC, 25 de marzo de 1953.
[13] En el tomo III de La Ciencia Española aparece su “Inventario bibliográfico de la Ciencia Española, en el que, de sus 296 páginas, dedica 29 a “ciencias matemáticas, puras y aplicadas (astronomía, cosmografía, geodesia, etc.)”, y 57 páginas a las “ciencias físicas y sus aplicaciones”, entre las cuales están : “Física general, alquimia, química, etc. ; Mineralogía y Metalurgia ; Botánica ; Agricultura ; Zoología y tratados generales de Historia Natural ; Ciencias médicas ; Zootecnia y Veterinaria”. Es decir, que toda la bibliografía científica española comenzando desde el siglo I cabe en 86 páginas. Con todo, ha sido el primer repertorio bibliográfico dedicado a la ciencia.
[14] Premiado por la Biblioteca Nacional de Madrid y publicado por Tello, 1891.
[15] La Ciencia Española, Madrid, 1953, tomo II, pág. 431.
[16] Ibidem, pág. 434.
[17] Ibidem, pág. 434.
[18] Historia de las matemáticas puras en nuestra España.
[19] Ibidem, pág. 438.
[20] Estudios Histórico-críticos de la Ciencia Española, Madrid, 1917, pág. 33.
[21] Los tónicos de la voluntad, Madrid, Espasa-Calpe, Colección Austral, núm. 227, 1963, pág. 184.
[22] La nómina de la junta era en su origen la siguiente : Presidente, Ramón y Cajal ; secretario, Castillejo ; vocales, Alvarez Buylla, Azcárate, Bolívar, Calleja, Casares Gíl, Echegaray, Fernández Ascarza, Fernández Giménez, Gimeno, Hinojosa, Marvá, Menéndez y Pelayo, Menéndez Pidal, Rivera y Tarragó, Rodríguez Carracido, Santamaría de Paredes, Simarro, Sorolla, Torres Quevedo, Vicenti. El domicilio de la junta era plaza de Bilbao, 6, 2.º derecha.
[23] “Torres Quevedo y el 98”, ABC, 25 de marzo de 1953.
[24] El Imparcial, 10 de agosto de 1908.